La Armada que sí venció a la crisis.

                                             Parte del «Adelaide» lista para ser ensamblada con el resto del barco

Aunque sea políticamente incorrecto en una España donde hablar de «guerra» es tabú, lo cierto es que la construcción de buques de guerra ha generado durante estos últimos años de crisis mucho trabajo. «La industria naval militar emplea a unos 42.700 trabajadores, de los que 5.500 son empleos directos, 10.000 indirectos en los propios astilleros de Navantia y 27.200 inducidos en la industria auxiliar», sacan pecho desde la Armada. A estas cifras hay que sumar otros sectores económicos beneficiados por el trasiego comercial que genera esta industria en cualquier ciudad.

Lo saben bien en Cartagena, San Fernando, Puerto Real, Fene y Ferrol, donde los astilleros estatales de Navantia ultiman sus ultimos ingenios navales para ser entregados a los principales clientes de la última década: Australia, Noruega, Venezuela y, cómo no, la Armada Española. Esos ingenios son fragatas, portaaeronaves-anfibios, lanchas de desembarco, submarinos y transferencia tecnológica. I+D+i en estado puro.

El astillero de Fene-Ferrol es exponente de este milagro comercial español que tuvo su culmen en 2007 cuando, contra todo pronóstico, Navantia se hizo con el concurso australiano para construir tres fragatas y dos megabuques, inspirados respectivamente en la fragata F-100 y en la joya de la corona de la Armada, el BPE «Juan Carlos I». Los competidores eran estadounidenses y franceses. Pero España ganó.

«El éxito se debe a que tenemos un producto detrás. De éxito, calidad y con múltiples capacidades», argumenta Agustín Álvarez, jefe de ingeniería del astillero Fene-Ferrol, mientras nos enseña el corazón tecnológico del astillero coruñés donde los ingenieros ensayan virtualmente en 3-D las secuencias de montaje de los bloques para construir el «Adelaide», el segundo de los megabuques australianos. Unos 70 ingenieros trabajan en esta unidad, la mayoría navales, de telecomunicaciones e industriales. «En los años 80 los proyectos se importaban de EE.UU., de ahí nació el portaaviones “Príncipe de Asturias”; en los 90 potenciamos programas de colaboración con países como Holanda, pero tras el hito de la construcción del portaaviones tailandés “Chakri Naruebet” en 1997 el concepto cambió. Ahora somos exportadores de barcos y tecnología en países como Australia», explica Álvarez.

En los últimos años se han construido o están en construcción para otros países ocho fragatas, ocho patrulleros, diez submarinos (dentro del consorcio hispano-francés Scorpene), entre otros barcos de guerra. Chile, India o Malasia han sido otros de los países clientes. «En Noruega se nos conoce tanto como la selección de fútbol y en Australia han empezado a cambiar la imagen que tenían de España, de un país de toreros y sol y playa», explica Agustín Álvarez.
 
Sero no se puede vivir de las rentas, y menos en contexto de crisis donde los Gobiernos prevén reducir sus presupuestos de Defensa en el próximo decenio. «Existe ese temor, sí. Pero al menos la crisis nos ha cogido con unos productos consolidados en el mercado como son las fragatas F-100 y el Buque de Proyección Estratégica “Juan Carlos I”», explica Esteban García Vilasánchez, director del astillero Fene-Ferrol, mientras muestra las cualidades de los barcos de Navantia en el salón de las maquetas. Por las calles de Ferrol recorre estos días el fantasma del parón de la construcción. A la espera de concretar nuevos contratos, la
La resolución negativa del «tax lease» no ha ayudado a generar tranquilidad entre los trabajadores del sector. El «tax lease» era un sistema de bonificaciones fiscales que desde 2002 había permitido a los astilleros españoles construir barcos con descuentos de hasta el 30 por ciento para el armador que los contrata, una ventaja derogada en junio por la Comisión Europea.
 
«La construcción de un megabuque australiano conlleva unas 800.000 horas de ingeniería o más de mil kilómetros de cable. Puede ser aeropuerto, dique, planta de generación eléctrica, un hospital con dos quirófanos y ocho unidades de UCI, un hotel con capacidad para albergar a 1.436 personas a bordo durante 50 días sin tocar puerto o una plataforma de ayuda humanitaria. Se requieren puertas, carpinteros, ventanas, equipamientos, potabilizadora...» y así hasta infinidad de sectores implicados en los que repercute la posibilidad o no de construir un barco de la clase «Juan Carlos I», detalla el director de Navantia Fene-Ferrol.

Para el director de Fene-Ferrol otra de las claves del éxito de los últimos años ha sido «la combinación perfecta entre la Armada Española y Navantia». Tanto en la fase de proyección de los barcos como su «venta». Así, una de los hechos que impulsó al Gobierno australiano a decantarse por las fragatas F-100 fue la visita a Sidney de la fragata «Álvaro de Bazán», donde pudieron comprobar sus capacidades a bordo. El director del astillero reconoce también que se trata de una industria cíclica pero hay que «acortar los ciclos malos lo más posible». 

Proseguimos la visita por el astillero de Fene-Ferrol en cuyos muelles se construye y ultima ahora la quinta fragata de la clase F-100 para la Armada Española, la «Cristóbal Colón», y los dos «megabuques» australianos el «Adelaide», ya en la grada, y el «Canberra», botado en febrero de este año. Rafael Morgade, responsable de la sección de elaboración, nos acompaña por el almacén de chapa, donde la eficiencia laboral —inspirada en el modelo japonés de la automovilística Toyota— es la tónica dominante en los flujos de trabajo. «A nivel tecnológico somos un astillero puntero, tanto o más que los de Japón», asegura orgulloso tras comprobar recientemente en tierra nipona los procesos de construcción naval.

Artesanos de tecnologia.
Tecnología, sí. Pero construir un barco de guerra también implica artesanía y trabajo a mano. En la parte inferior de la proa de una de las fragatas que se construyen para los australianos, trabajan unos soldadores con esmero. Cerca de la grada se disponen los bloques sobre los que se construyen el «Adelaide». «Estamos en el octavo mes de construcción. Con el “Juan Carlos I” en esta fecha habíamos construido 16 bloques; con el segundo, el “Canberra”, eran 33 bloques; ahora llevamos 44», señala el jefe de montaje, José Rodríguez González en el astillero de Ferrol. Un municipio que tenía 222 vecinos en 1736. Tan sólo treinta años después llegó a ocupar en sus astilleros hasta 15.000 trabajadores. Como San Fernando o Puerto Real —donde se construyen patrulleras o lanchas de desembarco— o como Cartagena con los submarinos S-80. Junto a Fene y Ferrol son localidades donde se respira a astillero, a Armada. 

«La construcción de barcos está en nuestro ADN. En el ADN de Ferrol», concluye el director del astillero mientras repasa en un mural las construcciones desarrolladas en el astillero de Navantia. El primero que se construyó fue el navío «San Fernando» en 1751; el último en ser botado fue el barco de guerra «Canberra». De España a Australia. Petroleros, mercantes, navíos, portaaviones o fragatas resumen su historia. También historia del ADN de España, aunque suene políticamente incorrecto al hablar de buques de guerra que generan empleo.

Una industria con vocacion exportadora.
En 2009, el 50 por ciento de la producción de la construcción naval militar española estuvo dedicada a la exportación. El gran objetivo de Navantia es ahora ampliar el mercado exportador en países como Turquía o Brasil para los próximos años si ganase sus concursos. Además de posicionarse con el submarino S-80 una vez entre en servicio.También se negocia transferencia tecnológica hacia EE.UU. para los patrulleros BAM, por la cual el astillero recibiría una suma en concepto de patente. Otra opción exportadora son países árabes como Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, que llevan años proyectando adquirir fragatas, patrulleros o corbetas, aunque siguen sin convocar un concurso.

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