Todo parece dispuesto en Oriente Medio.

La tensión no ha parado de crecer en los últimos meses en torno a Irán, y ha llegado un momento en que parece que, buena parte de los actores, si no todos, no sólo están convencidos de que el conflicto armado es inevitable, sino que, de una u otra forma, en mayor o menor medida, lo desean y puede servir a sus intereses. El despliegue en el Golfo Pérsico, ordenado la semana pasada, del mejor destructor de la Royal Navy británica, y el ya en marcha despliegue en Israel de miles de militares estadounidenses con sus cazas y sistemas antimisiles para llevar a cabo unas grandes maniobras militares, no son sino nuevos síntomas de un conflicto que parece acercase, y que nadie parece saber o querer frenar.

El pasado mes de noviembre se filtraban a la prensa en Israel las discusiones en el seno del gobierno judío acerca de la conveniencia, o no, de lanzar un ataque inminente contra las instalaciones nucleares iraníes. Más allá de ser una mera operación de maquillaje, las pretensiones de lanzar el ataque parecieron lo suficientemente serias como para que en Washington saltasen las alarmas y se llevase a cabo un auténtico despliegue político, diplomático y militar en Tel Aviv, con el fin de evitar un acto unilateral por parte de Israel, que podría llevar a toda la región a una guerra regional de consecuencias difíciles de imaginar, y más si la encuadramos en medio de la incertidumbre originada por la conocida como "Primavera Árabe".

Con el paso de los meses se parece vislumbrar que la forma en la que la Administración Obama calmó los ánimos belicistas de Netanyahu fue la de asegurarle a su aliado de Oriente Medio que los Estados Unidos llevarían a cabo el ataque, pero que tendría que ser llevado a cabo por una coalición de países, y no por Israel o los Estados Unidos en solitario, y en el momento en el que el Pentágono y la Casa Blanca lo estimasen oportuno, antes con toda probabilidad de las elecciones del próximo octubre en los Estados Unidos. Irán parece haber entendido la maniobra y se prepara a marchas forzadas para un enfrentamiento que da por hecho: intensifica las maniobras de sus tropas, muestra músculo militar con el lanzamiento de misiles, según ellos muy novedosos y capaces, y amenaza con cerrar el estratégico Estrecho de Ormuz si se le presiona demasiado. 

Teherán ha considerado dos "casus belli" en los últimos meses de creciente tensión, las sanciones contra su banco central y el establecimiento de un embargo petrolero, medidas ambas que ahogarían a un económicamente debilitado régimen religioso de los ayatolás. Ambas medidas han tomado cuerpo esta misma semana, y justo en el momento en el que Washington anunciaba las sanciones contra el banco central de Irán, la Unión Europea, bajo la iniciativa de la diplomacia francesa, alcanza un acuerdo para imponer a Irán un embargo petrolero, lo que demuestra una cerrada colaboración entre ambos lados del Atlántico.

La reacción iraní, como era de prever, no se ha hecho esperar, y ha anunciado nuevas maniobras militares a gran escala para este mismo mes, además de amenazar no sólo con cerrar el Estrecho de Ormuz, sino también con atacar a los portaviones estadounidenses que transiten nuevamente por él, recordemos, una zona internacional de paso y tránsito habitual para la mayoría del petróleo exportado desde el Golfo Pérsico, que resulta ser aproximadamente el 40% del total mundial, y que tiene entre 60 y 100 Km. de ancho aproximadamente, por lo que resulta relativamente sencillo su cierre efectivo al tráfico marítimo.

Con esta situación sobre la mesa, la primera pregunta a responder es si Teherán se atreverá realmente a cerrar el estrecho o incluso lanzar algún tipo de ataque contra buques de guerra de Estados Unidos. Aunque la lógica militar en un primer análisis diría que no, so pena de darle la excusa perfecta a Washington para lanzar un ataque contra Irán, o de perder la principal vía de salida del petróleo iraní, existe otra posibilidad que no debe ser descartada.

Si el régimen en Teherán da por hecha la intervención militar aliada contra su programa nuclear, y observa con preocupación el despliegue y los preparativos diplomáticos y militares, tanto para llevarlo a cabo como para derrocar a su gran aliado en Damasco, podría buscar antes, a modo de solución menos dolorosa, un enfrentamiento más limitado contra Estados Unidos, una acción espectacular y mediática, pero eligiendo el momento, el lugar y la forma que le fuesen más convenientes, con la esperanza de que un golpe de efecto tal hiciese cambiar los planes de Obama en un año electoral en Washington. En Teherán recuerdan perfectamente que la falta de iniciativa de Sadam Husein en 1990, le llevó a afrontar a la coalición internacional en condiciones mucho peores que de haber llevado a cabo alguna acción ofensiva antes de la llegada masiva de refuerzos, con la consecuencia conocida de la abultada y dolorosa derrota sufrida.

Si Teherán no puede exportar su petróleo por el embargo y no puede cobrar sus transacciones comerciales por las sanciones a su banco central, la asfixia económica del régimen iraní sería tan sólo cuestión de tiempo, por lo que puede buscar el cierre de Ormuz así como un posible ataque a una unidad naval de Estados Unidos, como medidas de presión extrema que le permitan negociar una solución digna al callejón sin salida en el que se ha convertido la cuestión nuclear en Irán, y salvar de paso su economía de la bancarrota. Aunque muchos analistas consideran que el cierre de Ormuz sería tan perjudicial para Occidente como para Irán, las últimas sanciones y embargos aprobados pueden llevar a Teherán al límite de no tener nada que perder, y verse forzado a tomar medidas que en otras circunstancias no llevaría a cabo. "Si no le dejan exportar su petróleo, él tampoco dejará salir el de sus competidores suníes, sobre todo Kuwait y Arabia Saudí", puede ser la idea y estrategia a seguir por los dirigentes iraníes ahora, para presionar a Occidente y forzar un acuerdo ventajoso.

Si las bajas causadas a los estadounidenses en un hipotético enfrentamiento, fuesen de la envergadura o espectacularidad suficientes, podrían forzar a Obama a repensarse la opción del ataque militar a las instalaciones nucleares por el alto riesgo de bajas en año electoral, y ganar con ello los meses suficientes para cambiar el "status quo" nuclear, declararse potencia atómica, e iniciar un nuevo juego diplomático desde una posición mucho más fuerte.

El hundimiento de un portaaviones de la US Navy, orgullo del poder militar de Washington, o simplemente el poder ponerlo fuera de servicio, sería sin duda uno de los comentados posibles actos espectaculares que podrían buscar los iraníes como solución, lo que convierte a los portaviones en un objetivo prioritario, sobre todo en las angostas aguas del Estrecho de Ormuz, atestadas ya de misiles y minas antibuque iraníes. Una acción así, si realmente creen en Teherán quese están jugando la propia supervivencia del régimen, les llevaría a poner en acción todos sus recursos militares disponibles que, en caso de la guerra antibuque, son muchos y variados, en un ataque de saturación de las potentes defensas estadounidenses, lo que elevaría sin duda sus posibilidades de éxito.

De todas formas está por ver, después del varapalo sufrido por Irán ante la US Navy en 1987 en las aguas del Golfo Pérsico, si en esta ocasión podrán ser más eficaces contra la que sin duda es la primera potencia naval del planeta, Estados Unidos.

Fuente: http://www.revistatenea.es

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