EEUU-China: ¿un enfrentamiento inevitable?


El último libro de Kissinger sobre China se publica con ocasión del 40º aniversario de los primeros contactos diplomáticos de Washington con la China de Mao, y aunque una creencia extendida es que el enfrentamiento armado entre ambas potencias llegará tarde o temprano, el autor no cree ni en otra guerra fría ni en un inevitable choque militar.

Comparaciones históricas entre China y Alemania
La Geopolítica utiliza el conocimiento del pasado como uno de sus principales instrumentos, y es frecuente que en algunos análisis internacionales se hagan pronósticos a partir de las comparaciones históricas. Sin ir más lejos, hay quien equipara al mundo actual con el anterior a 1914, sobre todo en el continente asiático, donde el desarrollo económico es paralelo a una carrera de armamentos, y donde tampoco faltan maniobras militares conjuntas en el Pacífico o en el Índico. Las comparaciones llegan hasta el extremo de asimilar a China con la Alemania del Kaiser, y a EEUU con un Imperio británico celoso de su hegemonía y amenazado por la competencia económica y militar alemana. Para que no falten las similitudes, se pueden buscar los paralelos asiáticos de ahora con las alianzas europeas del período de la paz armada. De este modo, la Organización de Cooperación de Shanghai, que asocia a China, Rusia y las repúblicas asiáticas ex soviéticas, sería una especie de equivalente a las alianzas del II Reich. Por el contrario, Vietnam, Japón, India, Corea del Sur, Filipinas o Australia, recelosos del llamado "ascenso pacífico" chino, buscarían en EEUU el necesario contrapeso a China. 

El libro de Kissinger no llega a hacer explícitamente estas comparaciones, pero rechaza con firmeza la teoría de comparar a las dos primeras potencias mundiales con la Alemania y la Gran Bretaña de hace un siglo. Su experiencia diplomática y sus estudios académicos le llevan a rechazar la "lógica" del memorando Crowe, un documento de 1907, en el que un funcionario del Foreign Office pronosticaba que la guerra con Alemania era inevitable, con independencia del color de los gobiernos o de las políticas germanas. Alemania era una amenaza estratégica que debía ser combatida, pues la diplomacia muy pronto daría muestra de sus limitaciones. Kissinger cree en la política de equilibrio en las relaciones internacionales, como el propio Crowe, pero sus conclusiones son muy diferentes. Por cierto, no deja de ser curioso que en el libro China Dream (2010) del coronel del Ejército Popular, Liu Mingfu, se defienda, sin tapujos, que el gran objetivo del país asiático sea convertirse en la primera potencia del siglo XXI y que su ascensión económica deba ir acompañada de un paralelo poder militar. 

¿Qué consejos da el veterano Kissinger para la política exterior de EEUU, respecto a China? Los del más absoluto realismo, basados en el interés nacional, que son los que llevaron a la asociación estratégica informal de EEUU con la China de Mao, pues ambos países estaban interesados en frenar el expansionismo soviético en Asia, África y América Latina en la época de Breznev. Ese interés estaba por encima de la retórica de las ideologías. Kissinger nunca creyó en el fin de la historia ni en un mundo posmoderno y post-estatal, en el que las organizaciones internacionales contarían más que los propios estados. El ex secretario de Estado sigue apostando por un mundo basado en el sistema de Westfalia, en el que el principio básico es la soberanía de los estados, un criterio que comparten todas las potencias emergentes de todo el globo, llámense Rusia, China, Brasil o Sudáfrica, lo que no es obstáculo para que hagan uso manifiesto de los foros internacionales para defender enérgicamente sus intereses.

En el fondo, Kissinger sigue fiel a su personaje histórico favorito, Metternich, que, a partir del principio de equilibrio entre las potencias europeas, consagrado en el Congreso de Viena, contribuyó a alejar de Europa la amenaza de una guerra continental durante casi un siglo. Esto implica que no cree en las virtudes del cambio de régimen político para alcanzar la paz, algo que quedó desacreditado tras los conflictos de Irak y Afganistán. Aplicado a China, una alianza, aunque sea informal, de Washington con otros estados asiáticos para contener a China, sean estos estados democráticos o no, nunca funcionará porque las relaciones económicas entre China y sus vecinos son más decisivas que todas las cruzadas ideológicas a favor de la democracia y de los derechos humanos. Para Kissinger, el fomento de la democracia no es cuestión de celo misionero sino de mimetismo, de hacer atractivo el modelo para otros países. 

¿Una Comunidad del Pacífico?
Con todo, Kissinger hace una interesante propuesta, que tiene también sus antecedentes históricos. Si en 1949 la OTAN contribuyó al establecimiento de la paz entre los países del Atlántico Norte, aunque no se plasmara jurídicamente en una comunidad del Atlántico, en el siglo XXI debería crearse una comunidad del Pacífico, lo que supone reconocer la realidad de que el centro de las relaciones internacionales se está desplazando desde el Atlántico al océano más grande del planeta. China y EEUU serían pilares fundamentales de la nueva comunidad, junto a otros países ribereños. Sin embargo, hay una diferencia sustancial: en la comunidad atlántica, sus miembros compartían los mismos valores plasmados en sus sistemas socio-políticos. No se podría decir otro tanto de la comunidad pacífica, pues China no quiere renunciar a un sistema autoritario, que se presenta como origen y garantía de su desarrollo y estabilidad. En consecuencia, la comunidad pacifica sería, ante todo, una comunidad de intereses. ¿Sería suficiente para lograr la paz y evitar el enfrentamiento?

A esto deberíamos responder que no es suficiente con salvaguardar los intereses económicos, pues los factores ideológicos pueden llevar a errores de cálculo fatales. Dicho de otro modo, el nacionalismo, que en China ha ascendido en las últimas décadas, puede llevarse por delante toda clase de consideraciones racionales. 

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