La salida negociada de Afganistán. Un escenario diabólico.


Si se enmarca la actual situación afgana en el contexto de las necesidades geopolíticas estadounidenses, se advierte que deja de tener la preeminencia que ha tenido hasta hace poco tiempo. Hechos como la visita, el pasado día 14, a Arabia Saudita del segundo de la Secretaria de Estado americana, en la que reafirmó el compromiso de Estados Unidos en la seguridad del Golfo Pérsico, incluyendo la oposición al programa nuclear iraní y a sus actividades desestabilizadoras en la región, y la situación en el levante mediterráneo, afectan directamente a los intereses vitales de Washington.

En este contexto, es más que probable que las noticias del ataque suicida de los talibán a Kabul el pasado día 13 hiciesen recordar, a los más mayores del lugar, lejanas escenas de Saigón durante la ofensiva comunista del Tet en 1968. Por el contrario, mucho más desapercibida ha pasado la noticia de que puede ser Qatar quien acoja la sede de una posible sede política de los talibán afganos en el exterior.

Los indicios apuntan a un incremento en el ritmo de la salida de tropas aliadas de Afganistán por lo que la necesidad de alcanzar un acuerdo negociado con la "insurgencia" se hace cada vez más perentorio. El liderazgo civil y militar estadounidense es cada vez más consciente de que los positivos resultados, desde el punto de vista de las operaciones de contrainsurgencia (COIN), producidos por el "surge" militar, no se han traducido en la ventaja política que se esperaba. Desde que en diciembre de 2009 el presidente Obama anunciase la retirada de las fuerzas americanas de Afganistán, y las del resto de los aliados, la insurgencia talibán ha reafirmado su estrategia de economía de fuerzas y en los últimos meses sigue la táctica de asesinatos selectivos de autoridades gubernamentales territoriales, ataques de gran impacto sicológico y de hostigamiento a las tropas internacionales.

La salida negociada se presenta como un escenario diabólico. Un acuerdo en Afganistán pasa por, al menos, la interlocución de cuatro partes, tres de ellas reales: Kabul, Washington, Islamabad y otra intangible, la "insurgencia". Este último actor, hay que "fabricarlo", pues su liderazgo es fragmentario y disperso, a la vez que hay que otorgarle legitimidad política, tanto a nivel interno como internacional. No es posible recrear el escenario de la conferencia de Paris, de 1969, que puso fin a la guerra de Vietnam. Allí los interlocutores eran válidos y la apariencia de acuerdo diplomático creíble, aunque los hechos volvieron a imponerse y en 1975 los vencedores entraron en Saigón. En este caso la "insurgencia" afgana es un conjunto anárquico, cuyo lazo de unión es el objetivo de expulsar a las fuerzas extranjeras del país y no existe ese estado fronterizo que los patrocine, como en Vietnam.

Se dice que los componentes de la "insurgencia", entre ellos los talibán, saben que sus aspiraciones de establecer un emirato islámico tendrán que verse rebajadas, pero condiciones como la total retirada de las fuerzas extrajeras, la reforma de la estructura del estado oficialista afgano, un sistema legal más orientado a la Shariah y una solución para los combatientes no afganos integrados en la "insurgencia", son irrenunciables. Este último aspecto requiere una especie de sobreseimiento de su condición de terroristas, junto con soluciones para no tener "gente tan peligrosa desocupada".

Este cuadro ideal está muy lejos de ser una meta fácil de alcanzar, pues se corresponde con la visión occidental de la realidad, no proviene del lado afgano, que no entiende el mundo de esa manera. La "construcción" del interlocutor insurgente es tarea difícil, además sólo se constatará su idoneidad durante el proceso de negociación, cuando deja de haber margen de maniobra. ¿Quién lo va a hacer? Aunque Karzai facilite la reconciliación, la estructura de la sociedad afgana tiene sus propias dinámicas y el instinto de supervivencia del stablishmen de Kabul tiene muy presente el destino del gobierno que dejaron los soviéticos tras su retirada.

Antes de sentar a Pakistán en la mesa de negociaciones, Estados Unidos tiene que convencer a Islamabad de que no va a seguir con la política de confrontación, hecho ya desmentido por el secretario de Defensa Panetta al asegurar que continuarán las acciones unilaterales americanas en suelo pakistaní para proteger a las fuerzas americanas. Ese aspecto pasa por el hecho de que Pakistán deje de ser santuario para Al Queda, algo más que problemático ya que, sin ir más lejos, con fecha 15 de este mes, el portavoz del Pentágono aseguraba que sus informaciones confirman la presencia de al-Zawahiri en Pakistán. La presencia de los pakistaníes en la mesa de negociaciones es ineludible, la etnia pastún se asienta a ambos lados de la frontera y el apoyo de Islamabad es esencial ya que su finalidad es obtener la dirección de los esfuerzos contra todo aquel que altere la paz en su territorio. Teniendo en cuenta que la finalidad estratégica de Pakistán sigue inalterada: evitar la influencia de India en Afganistán e implantar la suya.

Las prisas americanas para la retirada pueden acarrear dos consecuencias indeseables, por un lado la formación de una mesa de negociaciones con un alto grado de improvisación y por otra a ceder más de lo que sería recomendable, a lo que habría de añadirle la condición de "vencido" de Estados Unidos a los ojos de los otros tres interlocutores, aunque desde diferentes posiciones.

Los islamistas van a tener motivos para tomar impulso. Han vencido en la batalla de las percepciones. Un analista americano, al tratar el tema, se atrevía a decir que, desde el más allá, Churchill estaría recordando su propio comentario: "las guerras nunca se ganan regodeándose en la autocompasión y quitándose las postillas de las heridas . y, por supuesto, nunca retirándose".

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